Stephen Hawking, El Gran Diseño

La filosofía ha muerto”, leemos en las primeras páginas de El gran diseño, el nuevo libro de divulgación científica de Stephen Hawking, coescrito con Leonard Mlodinow. “La filosofía no se ha mantenido al corriente de los desarrollos modernos de la ciencia, en particular de la física. Los físicos se han convertido en los portadores de la antorcha del descubrimiento”, añade.  Es el tipo de afirmación tremendista que viene muy bien al comienzo de un libro y, sin duda, podríamos pasar horas discutiéndola, pero, más allá del hábito de arrojar artefactos explosivos por diversión, hay algo de punto de partida en esta sentencia de muerte. Cabe pensar que ciertas preguntas –la naturaleza del tiempo y de la materia, de las fuerzas, de la energía, el origen del universo– difícilmente puedan ser tratadas fuera de la física; sin embargo, las interrogantes vinculadas a la existencia de un Dios creador y a la naturaleza (y límites) del conocimiento humano o del conocimiento científico puede pensarse que trascienden la esfera de influencia de la ciencia y configuran a su alrededor un entorno que no dudaríamos en llamar “filosofía”. El gran diseño,  entonces –y pese a su afirmación inicial– es también un libro de filosofía, o, mejor dicho, un libro con filosofía. Además, por supuesto, de una amena puesta a punto de algunas ideas de la física y astrofísica contemporáneas.
A diferencia de Historia del tiempo o de El universo en una cáscara de nuez, aquí Hawking no se detiene especialmente a explicar la teoría de la relatividad general, la mecánica cuántica o la teoría M (según los autores de este libro la más firme candidata a una “teoría del todo”), que son planteadas con pocos trazos y apelando más a su esencia que a sus detalles (o, mejor dicho, a ciertos detalles asequibles por el público no especializado, por supuesto). En ese sentido, El gran diseño puede parecer un poco menos “profundo” que los libros anteriores de Stephen Hawking, y deja intocado a Historia del tiempo en su puesto de excelente introducción a la física contemporánea, así como también a El universo en una cáscara de nuez como el paso siguiente en complejidad. ¿Cuál es, entonces, el interés de este nuevo libro? Quizá una respuesta posible sea –más allá de tratarse de un excelente panorama de física contemporánea–, precisamente, la filosofía.
Una de las nociones que sobrevuelan este libro es la de “realismo dependiente del modelo”. Se trata de una postura epistemológica que afirma que la realidad “en sí” (es decir, no mediada por el sujeto) es incognoscible y que sólo podemos acceder a una modelización de ella, que depende de nuestro punto de vista y de nuestra conformación cognoscitiva. Cada modelo posible es “tan bueno” como cualquier otro, siempre y cuando resulte coherente consigo mismo y exhaustivo (además de “elegante”, una categoría lógico-estética que fascina a los físicos); si viviéramos en una pecera y nuestra percepción del universo estuviera deformada por las propiedades ópticas del vidrio curvado que nos limita y del agua que nos rodea, aun así podríamos calcular las órbitas de los planetas y las estrellas (y, por lo tanto, construir una teoría de la gravedad). No serían las mismas ecuaciones que desarrolló Newton, por supuesto, pero funcionarían, como también funcionaban los rebuscados epiciclos del modelo ptolemaico. Y cabría, por lo tanto, pensarlas como una representación adecuada del universo, hasta el punto de que se vuelve una afirmación sin sentido decir que el mundo que postulan no es real; Hawking añade otro ejemplo interesante: si los personajes de The Matrix se dedicaran a calcular las leyes de la física, y si las máquinas que los mantienen prisioneros se esforzaran por crear una simulación coherente, no tendría sentido para ellos afirmar que no viven “en el mundo real”. Su modelo es tan bueno como cualquiera.
Este posicionamiento epistemológico es uno de los ejes del libro, y asoma cuando Hawking considera, por ejemplo, la famosa dualidad onda-partícula, una de las bases de la mecánica cuántica. Según este concepto, la luz –de hecho cualquier forma de radiación– se comporta a la vez como si estuviera compuesta por ondas (como el sonido) o como partículas; el modelo estándar de las partículas y fuerzas que componen el universo, basado en la mecánica cuántica, asume esa dualidad; la pregunta de si la luz “en realidad” es una onda, una partícula, o cualquier otra cosa, es irrelevante. Sólo contamos con el modelo, al que cabe perfeccionar o incluso sustituir, pero debemos asumir que no hay otra “realidad” accesible o cognoscible fuera de él.
Otra de las inquietudes filosóficas de este libro, que articula casi una tercera parte de su extensión, es la de la eventual necesidad de un Dios creador. Hawking señala que las constantes físicas de nuestro universo (es decir, de acuerdo a nuestro modelo de la realidad), como por ejemplo la masa del electrón o la velocidad de la luz o la diferencia de intensidad entre el electromagnetismo y la gravedad, parecen finamente ajustadas para permitir la vida, ya que si cambiamos cualquiera de ellas se volvería imposible nuestra existencia en cuanto seres vivos que observan al universo e intentan comprenderlo. Esto parecería sugerir la existencia de un creador que “diseñó” al mundo para hacerlo hospitalario a sus criaturas, pero, ¿no habría una manera de abordar la cuestión desde la ciencia, en lugar de desde la teología o la fe? La conclusión de Hawking, tras recorrer diversas teorías recientes (a través de los capítulos más interesantes del libro), es que existe un gran número de “universos posibles”, cada uno de ellos no sólo con su propia “historia” sino con su set de constantes y leyes de la naturaleza; vivimos, naturalmente, en el que permite nuestra existencia. En “otra parte” hay otros universos, y en algunos de ellos la vida como la conocemos podrá desarrollarse, mientras que en otros jamás lo hará; nosotros estamos aquí porque no podríamos estar en otra parte, y esta perspectiva vuelve innecesaria la existencia de un Dios que “ajusta” al mundo pensando específicamente en nuestro bienestar.
Una nota final, para gente quisquillosa (¿obsesiva?) como yo: La traducción de El gran diseño está firmada por David Jou i Mirabent, catedrático de física en Barcelona. Seguramente su trabajo sobre la parte más “técnica” del libro es irreprochable; no así su tratamiento de ciertas construcciones, metáforas y referencias. Una perlita en este sentido se encuentra en la página 16, donde se alude a “la Guía de la galaxia, de Hitchhiker”; se trata, por supuesto, de The hitchhiker’s guide to the galaxy, (algo así como “Guía para hacer dedo por la galaxia”) novela de ciencia ficción humorística escrita por Douglas Adams, que dio origen, entre otras producciones, a una película estrenada en 2005. La traducción castellana se titula Guía del autoestopista galáctico y está editada por Anagrama.

Publicado originalmente en La Diaria, marzo 2011

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