Carolina Bello, Escrito en la ventanilla


Retrovisor


Allá por 1968 el primer disco de la banda británica Jethro Tull se tituló This was, lo que podría traducirse como “esto fue” o quizá “esto era”; el segundo, del año siguiente, llevó el nombre de Stand up, o sea algo así como “ponerse de pie” o “ponete de pie”. Muchos años después, Ian Anderson, vocalista, multiinstrumentista, compositor y líder de la banda, declaró en una entrevista que su interpretación de los primeros dos títulos de su discografía era que el primer trabajo señalaba lo que había sido su etapa formativa, como si dijera “esto era hasta acá, ahora hemos evolucionado, ahora tomaremos este camino”, y que “ponerse de pie” se volvía por lo tanto una suerte de comienzo de la obra “sólida” de la banda.
El libro Escrito en la ventanilla, de Carolina Bello (1983) podría pensarse como un This was que promete el Stand up futuro. Encontrarle defectos es fácil, como también lo es listar sus virtudes. La etiqueta “promisorio” suele ser incómoda, como la horrible designación de “joven promesa”, pero parece justa en relación a Escrito en la ventanilla, en gran medida porque al terminarlo se siente que gran parte de sus fallas han sido fijadas en el papel como una suerte de purga o quema de etapas, y que sus virtudes parecen proyectadas hacia el futuro. En ese sentido, Escrito… es un libro con impulso.
Y es también un libro con pasado, en más de un sentido. Sus textos fueron seleccionados del blog que su autora mantuviera a mediados de la década del 2000, y se les impuso un orden para este compilado que, además, parece leerse a sí mismo con nostalgia, especialmente en relación al último texto, “Escrito en la ventanilla”, que pasa revista al pasado e introduce al personaje de Clementina, la autora ficticia de los textos en los días del blog. No fue –en principio– una mala idea introducir este texto, pero a la vez es cierto que se siente un poco forzado o pretencioso en su intento de ofrecer una línea de lectura o interpretación de los textos que el lector ya ha dejado atrás, con frases como “Cuidate de Clementina, que si te ve te convierte en un cuento” y “Prefirió alejarse de las grandes fábulas, observó, recreó anécdotas y enmarcó sus varias percepciones para lograr relatos de simplicidad densa”. Es cierto que los relatos o viñetas incluidos son breves y que parecen simples, pero no siempre son densos, y el “alejamiento de las grandes fábulas”, además, al recorrer los textos del libro, no siempre suena tan programático como parece sugerir el texto que hace las veces de epílogo. En este sentido, el cierre de Escrito… suena tenso y forzado. La referencia a Angela Carter (por el libro Varias percepciones, a su vez una cita de Hume) no parece obedecer a un motivo sólido (no hay mucho de la autora de La pasión de la nueva Eva en los relatos de Carolina Bello), y en la sentencia “la pretensión de laconismo en sus historias determina el modo de construirlas, espacio donde las imágenes se tocan y respiran” está al borde de sonar inquietantemente parecida a las autovaloraciones de Carlos Argentino Daneri en “El aleph”, de Borges.
La mayoría de los textos puede clasificarse en dos grupos: los esencialmente nostálgicos, que dan cuenta del paso del tiempo en variaciones del tema clásico del ubi sunt (¿dónde están?), y las viñetas cuasipoéticas que transpiran referencias a ciertas tradiciones musicales y literarias (Lou Reed, Bukowski, Carver, Auster, Héroes del Silencio); esto último, por supuesto, no es un defecto, pero sucede en gran parte de los textos de Escrito en la ventanilla que su adhesión a ciertas poéticas parece más que nada una pose decididamente cool o de fidelidad a la tribu que termina por forzar a su autora a adoptar un lenguaje que remite a las traducciones de la editorial Anagrama, que ha publicado a casi la totalidad de las referencias literarias presentes en este libro.
Los textos, en general, narran, o, mejor dicho, esbozan una narrativa. Algunos de los textos tienen más de cuento (“Cerdinç”, por ejemplo), pero parecen, a la vez, preguntarse todo el tiempo por los parámetros de lo publicable en un blog, por cómo concentrar referencias, pretensiones poéticas y algo de asunto en un mínimo de espacio, para que el lector internauta no se sienta amenazado por tener que accionar demasiado la barra de desplazamiento de su navegador web. Bello no resolvió mal ese desafío en su momento, pero al llevar los textos de un blog a un libro se vuelven evidentes ciertos vacíos o ausencias que no quedan del todo llenos por el trabajo de edición o de ordenamiento del material en secciones (y mucho menos por el añadido del texto final, que más bien complica las cosas y hace terminar al libro con una nota desafinada).

A distancia del pop
También es cierto que ninguna de estas fallas anula la sensación de que las virtudes del libro son o pueden ser más que interesantes: cierta androginia, por ejemplo, o la manera más que feliz en que Bello rehuye los clichés de la “escritura femenina”, el hecho de que tampoco se insista en parrafadas solipsistas y se intente, de alguna manera, dar cuenta de una tradición literaria y de un mundo cambiante y muchas veces feo y hostil (en el cuento “Decididamente suave”, por ejemplo). Son estos elementos que resaltan los que parecen articular esa “promesa” de un Stand up futuro –y por favor: que no se entienda ninguna referencia aquí a los monólogos de comedia que tantos tontos comediantes compatriotas creen haber descubierto en los últimos años. Las otras cosillas o defectos son probablemente las que Bello debía dejar por ahí, en el camino, y que encontró en la publicación de este libro la manera de dejar atrás. En ese sentido, Carolina Bello podría ser presentada como una “joven promesa de las letras”, pero, a la vez, está claro que su debut, con sus defectos y sus aciertos, no la convierte al menos en una vendedora de humo, cosa que sí ha sucedido y sucede con “jóvenes promesas” que no dejan de esforzarse por parecer autores asentados o incluso consagrados.
Escrito en la ventanilla es, además, un elemento interesante para añadir al debate sobre la narrativa pop, el afterpop (según la designación de Eloy Fernández Porta) y lo que en su momento en La diaria se clasificó como la vertiente “seria” de la nueva narrativa de nuestro país. Sus referencias al cine (Karate Kid, Barfly, Cinema Paradiso, etc) y a la música pop/rock no son menos centrales que las que pueden encontrarse por ejemplo en Posmonauta, de Natalia Mardero; sin embargo, la determinación de presentarlas como vinculadas a la creación de un estilo “literario” y en relación a una serie de tradiciones igualmente literarias genera un objeto diferente al paraíso ochentero de Mardero o las referencias al cómic de superhéroes de Ignacio Alcuri. Bello mira el pasado pop con la nostalgia que siempre sintió la literatura por las ruinas, no con la fascinación del coleccionista de playmobil ni la ironía del hipster que escucha Mogway pero viste una remera de Milli Vanilli: las modas o tendencias del pasado –y su archivo– son percibidas como una señal del paso del tiempo, no como un objeto hermoso en sí mismo: las imágenes del retrovisor (“los objetos están más cerca de lo que parece”) son aquí las de la entropía, las del desierto del presente y la muerte de un futuro en que hemos dejado de creer. Es cierto en el proceso se cuelan demasiados clichés y una cierta hipertrofia del estilo (que quiere ser visible, que lucha por ser visible, y que por esa razón exhibe ingenuamente sus fallas), pero, dado su planteo de una actitud diferente (nueva) hacia lo pop, el primer libro de Carolina Bello no puede ser dejado de lado a la hora de mapear qué está pasando en la literatura uruguaya contemporánea.

Publicada en La Diaria el viernes 9 de diciembre de 2011

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