La máquina del movimiento continuo, Fernando Foglino



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La máquina del movimiento continuo, titulo sugerente donde los haya, es, a primera vista, un compilado de relatos de Fernando Foglino, armado con textos escritos entre 1999 y 2005. Y eso se nota. La antigüedad de algunos de los textos, quiero decir, pero también ­–en ambos casos, como se suele decir, “para bien o para mal”- que Foglino es, ante todo, un poeta. O, mejor dicho, que su actitud ante la composición de un relato hace pensar más en alguien interesado en las palabras y su entramado de relaciones (el campo de influencia de cada una de ellas y la manera en que su presencia deforma, altera, desvía o muta las que las preceden y las que las siguen, por parafrasear difusamente a Mallarmé) que en ser eso que llaman un “narrador de oficio”… Por suerte, ya que nada más aburrido que un narrador de oficio o, en última instancia, alguien que sólo se proponga narrar.
Por otro lado, la antigüedad de los textos no siempre resulta un elemento a rescatar; en algunos de los relatos del libro, de hecho la impresión de estar ante un escritor todavía un poco verde es inevitable, y cierta impericia todavía notoria.
 
En cualquier caso, hay en La máquina del movimiento continuo textos que funcionan perfectamente tanto como relatos a secas como experimentos formales o incluso poemas en prosa de alto contenido narrativo. El que da título al libro es acaso el mejor ejemplo: armado en torno a los recuerdos de un narrador/escritor, ofrece un hermoso retrato de un personaje entrañable y pintoresco, un inventor autodidacta de la especie de los que persiguen imposibilidades como la máquina del título o la cuadratura del círculo; cierta epistemología romántica, por llamarla de alguna manera, opera aquí, pero también la visión de un nieto, cargada de afecto y sensibilidad. 
 
Sin embargo, hay otra manera de leer este libro. El cuento recién mencionado, de hecho, incorpora un artificio que se reiterará de dos o tres maneras a lo largo de estas páginas y que consiste en una suerte de revisitación permanente de lo narrado o lo dicho; en el caso de “La máquina…” esa vuelta del texto sobre sí mismo evoca la creación de una película: las secciones presentadas bajo el título “acción”, en líneas generales, presentan eventos o situaciones de la vida del inventor, mientras que las que aparecen bajo “edición” trabajan (en algunos casos hasta anulan) las anteriores, a modo de comentario y de corrección, instaurando una suerte de diálogo entre quien proyecta la obra y una suerte de ayudante o entidad entregada al trabajo en sí; por ejemplo, en la página 19 leemos “Pará ahí. Ahí va. Retrocedé un poquito. Dejá el agua sonando. No. Más atrás (…) andá subiendo el volumen”, y en la 22 “Llená otra vez la pantalla con ese trapo negro y andá subiendo despacio…”. Evidentemente, ese “ayudante” se confunde con el lector, quien, en última instancia, actualiza la propuesta narrativa del emisor del texto; y este último, a su vez, aparece como el emisor de las órdenes o indicaciones, como el lector de lo que ha dicho o escrito o producido anteriormente. El procedimiento (que, entre otras cosas, borra los límites entre narrador y lector) es complejo e interesante en sí mismo, pero para su mejor realización le conviene la extensión de un libro, con otros textos que lo asuman y lo varíen; dicho de otro modo: leídos en solitario, quizá, a estos relatos les pesaría un poco el artificio de revisitación constante (que evoca, por qué no, a las olas del mar, cercanas, si se quiere, a la noción de “movimiento perpetuo”), pero dispuestos en un libro logran disipar esa sensación y armar una maquinaria bien aceitada de sentidos y sensaciones, una novela sobre volver a decir lo ya dicho, sobre alterar lo ya dicho (y por lo tanto modificar el pasado, tema que estalla en el cuento “Videoclub”), sobre modificar la percepción (narrativa) del tiempo. A su manera, una metanarración.

Precisiones
En el caso de dos de los relatos es posible rastrear sus fechas de escritura o, al menos, de primera publicación, y extraer de esa información conclusiones interesantes. Así, “La máquina del movimiento continuo” fue publicado en el volumen que recoge la décima edición del concurso de cuentos y poesía joven de la B’nai B’rith (y la exploración de ese concurso es especialmente importante a la hora de abrirse camino por la literatura uruguaya más reciente), cuya convocatoria fue lanzada en 2006, de modo que, siguiendo lo dicho por el autor, el cuento debió ser escrito el año anterior y, por lo tanto, ser uno de los más recientes de la selección. A la vez, “Hebe (reciclar: volver a ciclar)”,  texto que cierra la selección, fue premiado en la quinta edición del mencionado concurso y publicado en 2001, por lo que su fecha de composición no puede rebasar al año 2000. Los 5 años que median entre estos dos relatos hablan de la evolución del artificio de revisitación perpetua de lo narrado; en “Hebe…” la escritura está descompuesta en segmentos de “Acción”, donde predomina, en líneas generales, lo narrativo, y de “Planilla”, dedicados más al comentario; leído desde “La máquina…” (que atinadamente inaugura el libro), esa presentación se siente como un extrañamiento o disipación del artificio original, su extremo, digamos, y, una vez más, atinadamente este cuento es presentado como el último del libro; leído por separado, sin embargo, suena más a indagación, a un procedimiento todavía tentativo o, si se quiere, “experimental”.
 
Entre ambos cuentos el procedimiento, entonces, encuentra una serie de variaciones. En general, los bloques de texto más narrativos llevan siempre el título “acción”; las excepciones son los cuentos “Dios, Pedro, el vino y la rama”, cuyos segmentos están numerados con cifras romanas, el muy (demasiado) levreriano “Origami (los martes de humedad)”, y los breves “Soñadores” y “La niña que se sentó a mi lado en el ómnibus mientras escribía iba envejeciendo”, que parecen los más alejados de la propuesta del libro (aunque no necesariamente los textos más flojos) y que no desentonarían en Irrupciones, de Levrero. En el excelente “Videoclub” no hay segmentos de “acción”, pero las alusiones al trabajo de edición cinematográfica presentes en “La máquina de movimiento continuo” resuenan no sólo con la trama (el protagonista alquila en un videoclub una película y recibe la advertencia de que no es la primera vez que se la lleva) sino también con el despedazamiento del desenlace en tres posibilidades o, si se quiere, versiones alternativas o, incluso, universos paralelos, de modo que la exposición de la “acción” (aquí titulada “la película”) deriva en tres posibilidades de desarrollo (“el camino A”, “el camino B”, “el camino C”) que a su manera dialogan entre sí, superponiéndose, al abordaje violento del pasado. La elección del término “camino”, además, puede remitir a la mecánica cuántica y la noción de “caminos” alternativos que toman las partículas, y una suerte de “metáfora de corte científico” -al estilo del Agustín Fernández Mallo de los textos pospoéticos o del Proyecto Nocilla- sin lugar a dudas conviene a un libro titulado La máquina del movimiento continuo. Similarmente, en “Destino aduana”, uno de los textos más flojos del libro, es incorporado un segmento titulado “los actores”, que remite a la idea de descomposición de una película y, así, es incorporado a lo que anuncia el primer cuento.
 
En última instancia, podría pensarse que los textos que sí incorporan la división en segmentos de “acción” y “edición” (o incluso de “reacción”) forman una línea o núcleo dentro del libro; así, es posible destacar la constelación armada por los cuentos “La máquina del movimiento continuo”, “Lorena”, “Michelle”, “E-mail (s. Correo electrónico)”, “Centro comercial”, y “Hebe (reciclar: volver a ciclar)” como una suerte de “historia” narrada por encima de los cuentos y que inmiscuye no a las anécdotas o a los hechos referidos sino a las posibilidades inherentes al procedimiento narrativo ofrecido, que se convierte, al menos de acuerdo a una lectura posible, en el verdadero protagonista del libro.
 
La máquina del movimiento continuo es un libro singular, especialmente en el panorama de la literatura uruguaya reciente, que no abunda en propuestas arriesgadas o, si se quiere, “experimentales”. Dejando de lado las zonas más cuestionables del trabajo de Foglino (en particular el levrerismo un poco acrítico de algunos textos), su libro no sólo está entre los más interesantes publicados en 2013 sino que demuestra, además, una sorprendente inteligencia compositiva, especialmente a la hora de armar un libro de relatos que pueda (o deba) leerse más como un álbum conceptual (en la tradición de The dark side of the moon, Thick as a brick o Mellon Collie and the infinite sadness) que como un “mero” compilado de grandes éxitos, especialmente a la hora de narrar ideas en lugar de hechos, de mover conceptos en lugar (o además de) personajes.

Publicada en La Diaria el 2 de enero de 2014

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