La Aurora: quisiera creer



Salto, 4 de febrero de 1976. Las obras de la represa de Salto Grande llevan casi dos años de comenzadas, aunque todavía falta bastante para que el paisaje de la zona quede dramáticamente alterado por el embalse principal. Es un poco temprano para la salida del sol, pero un resplandor empieza a iluminar el horizonte. En el lugar equivocado, eso sí, porque las luces se ven hacia el sur de la ciudad, no hacia el este. Los madrugadores se preguntan de qué se trata y no falta quien postule la posibilidad de un incendio. 
 
Poco después, a las seis de la mañana, comienza el programa radial Palpitar de Salto Grande, producido por un equipo de periodistas locales. Y pronto empiezan a llegar llamadas telefónicas  de radioescuchas preocupados. ¿Qué era ese resplandor?, preguntan, ¿fue un incendio? Los productores consultan con los bomberos de la ciudad; no, les responden, no recibimos ninguna denuncia de fuego. ¿Qué pasó, entonces? 

El programa sigue adelante. Podemos imaginar que sus conductores se encogen de hombros y empiezan a pensar en otros temas. Entonces suena de nuevo el teléfono. 
 
–¿Quieren saber qué fue el resplandor? –escuchan– Bueno, entonces vayan a la estancia La Aurora.




Estoy parado justo frente a la tranquera de la estancia La Aurora. A mis espaldas está la carretera y, más allá, un puesto de recuerdos religiosos vinculado a la gruta del Padre Pío, cuyo camino comienza allí mismo y pasea a sus peregrinos por un camino pautado por carteles con dichos del religioso, hasta llegar a la mencionada gruta. En la tranquera de la estancia hay un cartel que anuncia la profesión de uno de los dueños del predio, pero más me llama la atención un altoparlante, colocado sobre un poste a la izquierda, desde el que se escucha, con la distorsión imaginable, el Ave María ("Ellens Gesang III", D 839, Op.52, Nº6) de Schubert. También cerca de la tienda hay altoparlantes, y, constato a medida que avanzo hacia la gruta, la música suena por todas partes. Antes de visitar el lugar varios lugareños me hablaron de la “paz” que se respira por aquí. Unas horas después se me hablaría (y se me interpelaría al respecto) de la “energía” del lugar, ya en términos que se dejan adivinar completamente espirituales, despreocupados, en apariencia, de alienígenas con químicas basadas en el silicio o el carbono.



El nombre La Aurora, y dejamos por un momento de lado la gruta del Padre Pío, está asociado, notoriamente, a OVNIs. A la presunta visita de Neil Armstrong a Uruguay. A fenómenos inexplicables. A cierta espiritualidad new age. Pero en 1976 no era más que una estancia del montón, ni especialmente productiva ni especialmente extensa. Así, cuando el grupo de periodistas de Palpitar de Salto Grande investigaron un poco descubrieron que quien los había telefoneado era Ángel Tonna, dueño de la estancia. Había dicho tener la respuesta al misterioso resplandor, así que, llegado el momento, los periodistas se presentaron en La Aurora y preguntaron a su dueño qué sabía al respecto.

Ahí está el relato fundador del mito.Porque Tonna contó que esa madrugada volvía con sus peones de labores del otro lado de la carretera (es decir donde hoy está la gruta del Padre Pío) y vio luz –que atribuyó de inmediato a fuego– pasando el casco de su estancia. De inmediato cabalgaron al galope hacia allí, y lo que vieron no fue otra cosa que un artefacto volador (Tonna hablaría después de un “plato”), suspendido a unos veinte metros de altura y proyectando una luz especialmente intensa, para rápidamente desplazarse hacia un montecito y allí brillar con todavía mayor potencia. Tonna, según contó, se llevó el brazo a la cara para protegerse. Dijo también que la luz no parecía amenazante o peligrosa sino más bien todo lo contrario, algo, digamos, reconfortante, y que si se cubrió los ojos fue por la intensidad del resplandor. Entonces el artefacto volador salió disparado hacia el cielo y desapareció.
 
No otra cosa sucedió en La Aurora esa madrugada. Admitamos que se trata de una historia como hay tantas; de adolescente, por ejemplo, un compañero de liceo me contó una anécdota muy similar pero ocurrida en el Parque Posadas, donde él vivía con su familia. Y mi madre y mi abuela cuentan básicamente lo mismo (artefacto volador, resplandor, huida repentina), avistado sobre el barrio Lavalleja en alguna noche de verano de 1967 o 1968. Detalles más, detalles menos, cualquier persona de las legiones que cuentan haber “visto un OVNI” narra lo mismo. El relato de Tonna, en última instancia, no incluyó criaturas de forma humanoide, tiempo perdido, mapas de las estrellas ni entrega de conocimiento científico o tecnológico. No habló de pedazos de nave espacial ni de cuerpos que colocar sobre un quirófano para abrir en canal y examinar por dentro. ¿Qué hizo especial, entonces, al relato de Tonna y al “caso” de La Aurora?
 
Es cierto que al relato se le sumó algún tipo de evidencia. Nada que pueda convencer a un escéptico, por cierto (hay que recordar a Carl Sagan, quien deseaba como nadie que se probara la existencia de vida extraterrestre pero no dejaba de sostener que “afirmaciones extraordinarias demandan evidencia extraordinaria”), pero sí, en cualquier caso, elementos que alimentan al mito y que parecerían reclamar algún tipo de explicación. Por ejemplo que buena parte de sus ovejas mostraron la lana chamuscada de maneras que, aparentemente, descartaban la posibilidad del fuego como causa, que varios alambrados quedaron retorcidos y corroídos, que un toro murió “de tristeza” sin causa aparente pese al examen veterinario, que Tonna sufrió una erupción o irritación recurrente en el brazo con el que cubrió sus ojos del resplandor, jamás explicada por los médicos que la trataron, y que un grupo de científicos japoneses que trabajaban en las obras de Salto Grande constataron niveles inusuales de radiactividad sobre los árboles sobre los que se posó el vehículo volador. Lamentablemente esta presunta detección fue hecha por fuera de cualquier vínculo a la comunidad científica, de modo que lo que podría ser la “evidencia” más fuerte termina siendo, como los que dan color a la historia que año tras año me contaron mi madre y mi abuela, nada más que otro detalle anecdótico.




Se sabe que Ángel Tonna era católico devoto, al igual que su mujer, Elena Ratín. Quienes lo conocieron en persona hablan de un hombre culto, de vastas lecturas; no cabe duda entonces que el término “plato volador”, que Tonna usó al describir su experiencia a los periodistas de Palpitar de Salto Grande, podía haberlo tomado incluso de la vasta literatura sobre el tema que para la década de 1970 era fácil de encontrar en varios medios. Sin negar su experiencia (quienes lo entrevistaron no dudaron del convencimiento con el que hablaba), está claro que la puesta en palabras de los eventos estuvo influida por ideas e imágenes muy presentes (ahora y entonces) en la cultura popular. 
 
En cuanto a su catolicismo, aparentemente no hubo comunicación entre su experiencia OVNI (se habló después de un “encuentro cercano del tercer tipo”, ya de lleno en la terminología ufológica, aunque equivocadamente, como veremos) y su fe; los vínculos entre extraterrestres y cierto cristianismo sincrético, por tanto, le fueron ajenos, aunque cierta tradición oral traza un puente entre la construcción de la Gruta del Padre Pío y los fenómenos extraños en la estancia.




El domingo por la mañana me reúno con uno de los periodistas que en 1976 acudieron al llamado de Ángel Tonna. Si bien su nombre y apellido son fáciles de encontrar en la red me dice que prefiere no ser nombrado en mi artículo. Le pregunto por qué. Responde que una noche, unos cuantos años después del primer avistamiento, él y su esposa visitaron a los Tonna para encontrarse con una gran muchedumbre dispersa por la estancia. Al parecer Tonna había abierto las puertas de su estancia después de su experiencia, de modo que todo aquel que quisiese aguardar un contacto OVNI allí  tan sólo tenía que pedir permiso y entrar. Incluso, se cuenta, Tonna había construido un quincho o gazebo destinado a abrigar a los curiosos durante las largas noches de expectativa. ¿Pero cómo tolera esto?, le preguntó el periodista al estanciero, y no hubo respuesta, pero pronto, al mezclarse entre los curiosos, el periodista descubre que lo que predomina allí es la credulidad y la sugestión, hasta tal punto que el simple pasaje de un automóvil en la ruta cercana arranca un coro de expresiones de asombro y entusiasmo. En ese momento, me cuenta, supo que no quería saber nada con esa gente.
 
Quizá por eso ahora prefiere cortar sus vínculos con la historia de La Aurora. Es fácil imaginar cierto manoseo, cierta recurrencia de curiosos (como yo, por otra parte) y cierto asedio. De paso, me cuenta, no faltó en los años que mediaron entre la experiencia de 1976 y la muerte de Ángel Tonna quien aprovechara la condición de puertas abiertas de la estancia para organizar excursiones y traslados. Una pequeña industria turística, entonces, de la que el periodista confiesa, a su manera, haber sido parte años atrás. Los hijos de Tonna ahora han cerrado las puertas de La Aurora a los curiosos. Tampoco están interesados en hablar del tema, como si las experiencias de su padre no tuvieran lugar en su esquema de creencias. 
 
¿Pero Tonna antes de morir tuvo algún otro contacto con “platos voladores”?, le pregunto al periodista hacia el final de la entrevista. 

-No. Aunque por lo que conversamos, sé que siempre lo deseó. Siempre quiso que volvieran. Pero nunca pasó.





Varias personas en Salto me contaron la siguiente historia, que podría trazar un vínculo entre el relato de encuentro cercano del segundo tipo de Tonna entendido desde una ufología más materialista y los dominios new age de lo que he propuesto como un tercer círculo del discurso no cientificista sobre extraterrestres. Se trata de una especie de leyenda urbana salteña y pertenece a lo que podríamos llamar la estela de relatos originada por la experiencia original o fundacional de avistamiento OVNI en La Aurora.
 
Pocos años después de la aparición del “plato volador” la esposa de Ángel Tonna tuvo un sueño. Se vio recorriendo el campo vecino al de la estancia y deteniéndose a rezar ante una estatua del Padre Pío, o Pio de Pietrelcina (1887-1986), estigmatizado y místico, declarado Venerable por Juan Pablo II en 1997 y canonizado por el mismo papa el 16 de junio de 2002. Elena Ratín era especialmente devota del futuro santo, de quien se cuentan además relatos de sanación y bilocación (uno de ellos en 1942, en relación a la muerte del entonces vicario de la Diócesis de Salto), y despertó convencida de que debía erigir una gruta que homenajeara al Padre Pío y que incluyera su imagen bajo la forma de una estatua, como ella había soñado. De inmediato Ángel Tonna hizo las averiguaciones pertinentes para comprar el campo que queda justo enfrente a su estancia, cruzando la carretera. Resulta que le faltaba una suma concreta de dólares (los relatos varían en relación a la cuantía), completamente inaccesible para él en ese momento, y por tanto la compra del campo no pudo concretarse de inmediato, ni tampoco, naturalmente, la construcción de la gruta. Sin embargo, meses después apareció una donación anónima de exactamente esa suma de dinero. Tonna compró el campo y las obras comenzaron. Pero faltaba la estatua.
 
La estancia, por aquellos tiempos, como ya hemos dicho, estaba abierta a cualquier interesado en el fenómeno OVNI que quisiera pasar la noche (o cuantas noches fuese necesario) en espera de un avistamiento. Ahora bien, entre los muchos curiosos que andaban por ahí durante la construcción de la Gruta había un escultor. Un día, conversando con Tonna y su esposa, descubrió que la pareja estaba por ponerse a buscar quien esculpiera la imagen del Padre Pío. Sin pensarlo dos veces se ofreció a hacerlo gratis, y terminó poco después una primera escultura. Pero cuando Elena la vio descubrió que no era como la de su sueño, que la posición de las manos y los brazos era muy diferente; dada la generosidad del escultor, sin embargo, prefirió no decir nada al respecto. Pronto, sin embargo, la estatua fue destruida en un accidente de transporte; una segunda escultura fue terminada, la definitiva y que hoy puede verse en la Gruta, y esa sí fue igual a la del sueño.




Hay otra versión de los hechos. Me la cuenta el domingo por la mañana el periodista de Palpitar de Salto Grande, con una pequeña sonrisa irónica que se le adivina por momentos. El campo que queda del otro lado de la carretera, dice, era propiedad de Ángel Tonna, por lo que no hubo donación misteriosa; la iniciativa de construir la Gruta, escultura incluida, no fue de los propietarios de la Aurora, quienes se limitaron a dar su beneplácito. Y el responsable de la escultura no era entusiasta de los OVNIs. O, si lo era, jamás dejó constancia de sus creencias, mucho menos de sus experiencias al respecto.




Se cuenta que Neil Armstrong visitó La Aurora para investigar la experiencia de Ángel Tonna. Hay quien dice que lo hizo en representación de la NASA, otros dicen que lo hizo en calidad de periodista de la revista Newsweek, y se cuenta también que Armstrong “vio” algo misterioso en la Luna y que, en los años que siguieron, se dedicó a estudiar el fenómeno OVNI por su cuenta.
 
Lo cierto es que no hay evidencia alguna de esta visita, más allá de datos anecdóticos y documentos invocados pero no reproducidos ni puestos a disposición del público. Entre los relatos está el relato de un taxista local que dice haber llevado a Armstrong y a un intérprete a la estancia, así como también que Armstrong no articuló palabra alguna durante el viaje y que su investigación no se extendió por más de una o dos horas. También hay por ahí (se la encuentra fácilmente googleando Armstrong La Aurora o algo por el estilo) una presunta carta (que es citada in extenso pero de la que nunca se aclara si se trata de la transcripción de una carta postal “física” o de un e-mail; de ser una carta sería interesante ver una fotografía o un escaneo, pero tal cosa no aparece por ninguna parte) escrita en representación del ex astronauta para dejar claro que jamás estuvo en Salto o en Paysandú (Armstrong, de hecho, sí estuvo en Uruguay, pero en 1966, en el marco de una visita de varios técnicos de la NASA del 23 al 25 de octubre de ese año). Otra historia habla de la firma de Armstrong en un libro de visitas aparentemente llevado por Ángel Tonna para registrar quienes acudían a su estancia; también se dice por ahí que Armstrong visitaba la estancia regularmente y se invoca incluso como “evidencia” una confirmación del hecho por parte de la Fuerza Aérea Uruguaya. Algunos salteños parecen adoptar una postura, digamos, agnóstica. No hay pruebas de que haya estado Armstrong en la Aurora, señalan, pero tampoco las hay fehacientes de lo contrario.
 
Neal Armstrong murió el 25 de agosto de 2012, por lo que lo más parecido a una confirmación positiva o negativa del mito ya no es posible. En cuanto a la vinculación del astronauta al fenómeno OVNI, los relatos del avistamiento que experimentó en la Luna son abundantes (hay videos en YouTube). En cuanto a su vida posterior al viaje del Apolo XI, se sabe que Armstrong se dedicó a la docencia, que colaboró con las investigaciones sobre el fallo en el Apolo XIII y la tragedia del transbordador espacial Challenger, y que se convirtió en empresario y orador. Como “evidencia” del presunto avistamiento de naves espaciales extraterrestres en la Luna a veces son mencionados dos minutos de silencio en las comunicaciones entre los astronautas y el control de misión; durante esos minutos, se dice, Armstrong reportó la presencia de otra nave espacial en la Luna y, además, el avistamiento de sus tripulantes. También se habla de varias fotografías tomadas en el momento en que Armstrong puso sus pies en la superficie del satélite, que, aparentemente, revelarían la presencia de objetos voladores. Y otro relato habla de dos vehículos gigantescos descubiertos por el astronauta en un cráter cercano al sitio del alunizaje. 
 
No hay, por cierto, evidencia sólida de ninguna de estas afirmaciones. Como tampoco de su presencia en La Aurora.



 
Para Ángel Tonna los extraterrestres no regresaron. Los hombres y mujeres del planeta Tierra que visitaron su estancia a lo largo de los años han reportado, sí, todo tipo de avistamientos, pero sus relatos ni siquiera cuentan con la posible evidencia –evidencia débil, si vamos al caso– de la historia fundacional del mito. Son historias, como tantas otras. Luces que se mueven en el cielo, resplandores, platos voladores.





Domingo, mi último día en Salto. Pasado el mediodía recorro la ciudad con amigos y hago las últimas entrevistas para este artículo. Estas son algunas de las historias que me cuentan:
-En la gruta del Padre Pío hay una “energía” especial que facilita la comunicación entre otras dimensiones y la nuestra. En Internet, me dicen, hay una foto tomada ante la escultura que muestra los perfiles de al menos tres seres “interdimensionales”.

-Una investigación de la Fuerza Aérea Uruguaya reportó animales muertos en La Aurora y un ombú partido por la mitad. En las inmediaciones de ese árbol, además, fueron encontrados más animales muertos y varios equipos científicos reportaron niveles altos de radiactividad en el lugar. Otro relato de los mismos hechos, sin embargo, invoca una investigación que señaló que el árbol había sido abatido por un rayo, que de radiactividad no había ni rastro y que fue el mismo fenómeno meteorológico lo que mató a los animales.

-En La Aurora hay una suerte de túnel (acaso análogo a los agujeros de gusano de los que habla la física) que conecta diversos lugares y dimensiones del universo. 

-La riqueza en ciertos minerales de la zona permite una acumulación de energía capaz de alterar el espaciotiempo, lo cual genera la aparición del mencionado túnel o portal; la estancia, entonces, sería un lugar análogo al Triángulo de las Bermudas, el Tíbet y la antigua capital de los mayas.

-Las luces avistadas en La Aurora, en particular cerca de la gruta del Padre Pío, corresponden a “seres de luz”, es decir entidades más evolucionadas espiritualmente que nosotros.
 
-Las luces sobre La Aurora no se limitaron a aquella noche de febrero sino que se repitieron a lo largo de ese año, produciendo la muerte de varios animales, quemaduras en el césped y en varios árboles, averías en maquinaria y el extraño fenómeno de un alambrado completamente retorcido.

-En la entrada a la estancia hay un cartel que dice “Por asuntos de OVNIs preguntar a la NASA”.

Nota de un escéptico: yo no vi ese cartel.




Domingo, 20:30. De regreso a Montevideo miro por la ventanilla del ómnibus. La noche es oscura sobre el campo. Una parte de mí espera ver luces en movimiento, platos voladores, formaciones de naves… pero nada se me aparece. Trato de recordar la hora u hora y pico que pasé en las inmediaciones de La Aurora, en la gruta del Padre Pío y caminando por la zona; en más de una ocasión quienes me acompañaron quisieron saber si acaso yo podía sentir allí alguna forma de “energía” fuera de lo común. La verdad no, les respondí. Paz y tranquilidad sí, podía decirse, pero para ello había que abstraer la música de los altavoces, y es la misma paz que cabe imaginar en cualquier lugar remoto o apartado, fuera de las ciudades. A lo mejor, añadí, se obtendrían mejores resultados con un tema de Enya.
 
Recuerdo entonces la última entrevista que sostuve, en la tarde. ¿Vos fuiste a La Aurora?, me preguntaron. Sí, respondí, fui ayer por la tarde. 
 
–Ah, ¿viste? –me replicaron de inmediato– tendrías que haber ido de noche.
 
Imposible no recordar el poster que Fox Mulder había colgado en su oficina del FBI, en Los Archivos X.
I want to believe. “Quiero creer”. Eso podría ser fácil: creer que hemos sido visitados por alienígenas, creer en conspiraciones a nivel mundial, creer en una batalla milenaria entre los habitantes de Sirio y los habitantes de Betelgeuse, creer en vidas sucesivas, en un momento en que habitamos una galaxia lejana para luego volver a nacer en este planeta, con quién sabe qué misión, creer en los canales y la cara tallada de Sidonia, Marte, en la vinculación entre las líneas de Nazca y los extraterrestres, en la Atlántida, el Triángulo de las Bermudas y el monstruo del Lago Ness, en las formas en la roca visibles en Marcahuasi, Perú, en imperios galácticos, viajes en el tiempo, mundos paralelos…
 
Pero para quienes quieran saber o encontrar algo parecido a una certeza, el viaje a La Aurora sólo aporta historias. Algunas absurdas, otras inquietantes, otras tantas divertidas, pero todas ellas historias, como quien dice ficciones, historias de avistamientos de naves espaciales no humanas, historias de evidencias de radiactividad, animales muertos, motores quemados y alambres retorcidos, historias de misteriosas energías, seres interdimensionales y más luces en el cielo.
 
Esas historias, entonces, van quedando en mi pasado a medida que me alejo de Salto y empiezo a pensar en otra cosa; prendo una luz, abro el libro que estoy leyendo, suspiro y me desplazo hacia otro mundo ficcional.
Salvo, claro, que me lo haya perdido todo por haber visitado la estancia a una hora tan aburrida como las dos de la tarde.





Apuntes para una breve historia de la ufología

Se puede empezar por los abundantes reportes de “aeronaves misteriosas” (mystery airships) en los últimos años del siglo XIX. Extraños objetos voladores parecidos a dirigibles fueron avistados en California entre 1896 y 1897, desde “la abeja de Sacramento” (un objeto que se movía lentamente en el cielo y del que algunos testigos dijeron que era operado a pedal) hasta los extraños jeroglíficos encontrados en el supuesto sitio donde se estrelló una de estas aeronaves el 19 de abril de 1897. Posteriormente fueron invocadas explicaciones racionales, por ejemplo encuentros con aeronaves humanas (dirigibles primitivos como el Aereon del inventor Solomon Andrews, la nave La France de Arthur Krebs y Charles Renard y la aeronave diseñada por David Schwarz, muy parecida, se dice, a los reportes en la prensa; en cualquier caso, queda claro que la tecnología que permitiría artefactos voladores ya existía), fraudes e, incluso, enjambres de escarabajos. En cuanto al origen extraterrestre de los artefactos, varios artículos de 1897 en el Washington Times hablaron de “marcianos”. 
 
Veinte años atrás, recordemos, el astrónomo Giovanni Schiaparelli había descrito los canali –“canales” en el sentido de lechos de ríos– visibles al telescopio en la superficie de Marte, término que fue traducido al inglés como canals, connotando la condición artificial de las estructuras y dando comienzo a una verdadera martemanía que se prolongó, al menos, hasta la publicación de los sucesivos relatos de las Crónicas marcianas de Ray Bradbury, además de dar pie a la escritura de La guerra de los mundos, novela de H.G.Wells publicada, precisamente, en 1897.
 
También están los foo fighters reportados por pilotos aliados en la Segunda Guerra Mundial. Los primeros avistamientos se produjeron en noviembre de 1944 e implicaron una formación de aeronaves esféricas moviéndose sobre territorio alemán. Se habló, en su momento, de una nueva arma alemana y, después, de fenómenos similares al fuego de San Telmo (descarga electroluminiscente provocada por la ionización del aire dentro del campo eléctrico de una tormenta). Otros casos reportados incluyeron “bolas de fuego”.
 
Una notoria proliferación de casos de avistamiento es contemporánea de los primeros años de la posguerra y el comienzo de la Guerra Fría. Durante la Guerra de Corea, de hecho, muchos de los presuntos casos de Objetos Voladores No Identificados fueron pensados como pruebas de armas secretas de la Unión Soviética. El gobierno de Estados Unidos ordenó una serie de investigaciones, que culminaron con la publicación del informe del comité Condon, de la Universidad de Colorado, en activo entre 1966 y 1968. Este informe concluyó, después de examinar cientos de casos de avistamientos, que no había mayor interés científico en el asunto.
 
Estudios posteriores incluyen en Proyecto Identificación (1973-1980, también en Estados Unidos) y los estudios franceses de la GEIPAN (originalmente GEPAN y SEPRA), muy criticada por los escépticos, además del reporte COMETA, también francés, y el proyecto Condign (1996-2000), del Reino Unido.
 
Una nómina de casos célebres de avistamiento debería incluir la experiencia de Kenneth Arnold (un piloto que, el 24 de junio de 1947, reportó haber visto nueve objetos metálicos volando cerca del monte Rainier, 87 km al sur de Seattle, Washington; al referirse a este avistamiento la prensa utilizó el término “platos voladores” por primera vez), el célebre “caso Roswell” (también en 1947, y más allá de la fraudulenta “autopsia” involucró los restos de una presunta nave espacial estrellada en Nuevo Mexico), el avistamiento (e intento de intercepción) de una aeronave misteriosa en Teherán, Irán (en 1977), los 3500 avistamientos de la “Ola de Ovnis” de Bélgica (1989-1991) y las luces en forma de V reportadas en Phoenix, Estados Unidos, en 1997. 
 
En la década de 1970, además, fue propuesto el llamado “Sistema Hynek” de clasificación de avistamientos. Estarían por un lado tres tipos de fenómenos –NL, luces nocturnas, DD, discos vistos a la luz del día y RV, objetos que aparecen simultáneamente al ojo desnudo y al radar– y por otro tres tipos de “contacto”: encuentros cercanos del primer tipo –cuando objetos son vistos en las proximidades del observador pero no hay una interacción física–, del segundo tipo –similar al primero pero con el añadido de evidencia física del tipo huellas, daños en la vegetación, etc–, y del tercer tipo, que requiere el avistamiento de tripulantes. Posteriormente fue añadido un cuarto tipo, el de los casos en los que se habla de “abducción”, y un quinto, que involucraría contacto directo y consciente entre humanos y extraterrestres. De acuerdo a esta clasificación, la más utilizada por ufólogos, la experiencia de Ángel Tonna es un encuentro cercano del segundo tipo, en tanto vio una aeronave en el cielo y además detectó huellas de su presencia, pero jamás reportó haber visto o, mucho menos, entrado en contacto con sus tripulantes.
 
Acaso pueda pensarse en una ufología que se pretende una ciencia (aunque, hasta la fecha, la comunidad científica no ha aceptado ese estatus para la disciplina), que intenta por tanto encontrar y describir evidencia sólida y que parte de la suposición de que algunos objetos voladores no identificados son vehículos capaces de recorrer la distancia entre nuestro planeta y las estrellas, tripulados por seres físicos con un origen evolutivo diferente al nuestro. 
 
También podríamos trazar, como si se tratara de un esquema de círculos concéntricos, una serie de prácticas y discursos vinculados a esta ufología pero ajena a la forma más dura de sus pretensiones científicas; sería, entonces, una ufología “especulativa”, e incluiría, por ejemplo, las ideas de “antiguos astronautas” de Erich von Däniken, Giorgio A. Tsoukalos, Zecharia Sitchin, Robert K.G.Temple, David Icke y Peter Kolosimo. La premisa de esa variante ufológica sería que la historia de la humanidad está marcada por visitas de extraterrestres, que han dejado signos de su presencia, abiertos si se quiere a la interpretación; esta semiótica extraterrestre, por llamarla de alguna manera, convierte a la figura humana del sarcófago maya de Pacal el Grande en el tripulante de una nave espacial, a los cráneos elongados de Nazca y Egipto en híbridos humano-alienígenas, a los jeroglíficos de Abidos, Egipto, en representaciones de helicópteros y, la favorita de muchos, a la visión de Ezequiel en la Biblia un encuentro cercano del tercer tipo. 
 
Al mismo nivel que estas hipótesis podríamos ubicar los diversos bestiarios ufológicos, que incluyen, por ejemplo, a los “reptilianos”, criaturas de hasta 3 metros y medio de estatura provenientes de la estrella Alfa del Dragón (también llamada “Thuban”, a 309 años luz del Sistema Solar; esta estrella señalaba el polo norte hace 4800 años, de la misma manera que actualmente lo hace Polaris o Alfa de la Osa Menor), capaces de cambiar de forma, bebedores de sangre y, además, involucrados en una conspiración mundial denunciada, entre otros, por el ufólogo y teórico de las conspiraciones David Icke (quien señala que George W. Bush y la reina Isabel II están entre los humanos alineados con estos extraterrestres en sus planes de dominación). La nómina de especies también incluiría a los “grises”, seres de cuerpo menudo, asexuados, de grandes cabezas y ojos negros y a los “hombres de negro”, que en algunas hipótesis son humanos y en otras extraterrestres, encargados de proteger determinados “secretos” vinculados a la vida alienígena. 
 
Un círculo más externo a este sistema que pensamos acá incluiría nociones por el estilo de  la de los alienígenas como seres “de otras dimensiones” o incluso “interdimensionales”; se habla también de los extraterrestres como “seres espirituales” y se los clasifica, en algunos sistemas, según su origen y según a qué grupo o “concejo” pertenecen, dependiendo de ello las “enseñanzas” que imparten a la humanidad. Así, se habla de  los “arturianos” (que serían benignos y sanadores), los “pleyadianos” (que poseen cuerpos físicos, comparten con nosotros segmentos de ADN, estuvieron en contacto con los pueblos originarios de América del Norte y están más vinculados al lado femenino de la divinidad), los alineados al “Comando Ashtar”, una suerte de fuerza militar interestelar, y los “sirianos”, más avanzados que otros grupos de extraterrestres (en tanto, al parecer, la estrella Sirio funciona como universidad interestelar) y en contacto, a lo largo de nuestra historia, con los mayas y los egipcios (ayudaron a construir las pirámides), además de haber servido de asistencia durante la catástrofe que destruyó la civilización de la Atlántida y de haber educado a todos los “maestros ascendidos” humanos. 
 
Quienes piensan dentro de estas ideas suelen afirmar que muchos hombres y mujeres han vivido varias vidas, algunas de ellas incluso como extraterrestres, de modo que el vínculo entre humanos y alienígenas, más allá de las distancias físicas o biológicas de las que hablaría la ufología más materialista o con pretensiones científicas, sería de índole espiritual. Acá estamos, por supuesto, dentro de lo que podríamos llamar el reino de la espiritualidad new age, de la gnosis y del esoterismo en general.



Publicada en el número 17 de Lento (agosto 2014)

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